"Y transcurrieron los días. Y los años.
Y vino la Muerte y pasó su esponja por toda la extensión de la fraga y desaparecieron estos seres y las historias de estos seres.
Pero detrás todo retoñaba y revivía, y se erguían otros árboles y se encorvaban otros hombres, y en las cuevas bullían camadas recientes y la trama del tapiz no se aflojó nunca.
Y allí están con sus luchas y sus amores, con sus tristezas y sus alegrías, que cada cual cree inéditas y como creadas para él, pero que son siempre las mismas, porque la vida nació de un solo grito del Señor y cada vez que se repite no es una nueva Voz la que la ordena, sino el eco que va y vuelve desde el infinito al infinito".

EL BOSQUE ANIMADO. Wenceslao Fernández Flórez.

viernes, 24 de marzo de 2017

LLORO POR LAS MUJERES QUE AMAN SIN SABER DECIRLO.

LLORO POR LAS MUJERES QUE AMAN SIN SABER DECIRLO.

Por las muy gordas. Y también las flacuchas de culo respingón que se las lleva el viento. Ese Gurú de los infiernos apagados.
Lloro por esas mujeres "neque frígidas, neque cálidas". Por esas que no sabes si están subiendo o están bajando por la escalera, siempre a descompás, rechazando experimentos, rechazando insultos que reafirman su dolor en soledad. Sin nombre ni apellidos. Solamente papeles raídos y algún que otro historial médico.
Lloro, a destajo, por las que se creen feas sin serlo, y el certificado de salud en la mano, ignorando si son valencianas, de Cataluña o del país Vasco. Diga lo que diga la Ley mostaza o los peligros de Fallecimiento.
Lloro por aquellas Mujeres del Oeste o del Norte, porque nunca conocieron cómo ni de qué manera amanece el Sol que las calienta. Y aunque pidan, por escrito, un certificado de Salud, no hay facultativo que las atienda.
Lloro por todas las mujeres que desconocen Los Derechos de las Mujeres, ni saben rebatir reclamaciones. No conocen los riesgos asociados a su maternidad, ni los cuidados específicos o planes de acción sobre cuanto respecta a sus derechos en los partos, y su dolor en soledad por los caminos de su VIDA.
Lloro por esas mujeres a las que nunca les hablaron de la Unicef ni de la OMS, ni capacitarlas, en cuanto madres, y, así, saber protagonizar los primeros pasos del bebé.
Lloro por esas mujeres que siempre tienen que llorar a solas, porque su marido acostumbra a largarse pegando siempre un portazo. Y "ahí te quedas".

César R. Docampo. Periodista y catedrático de Filosofía.

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