"Y transcurrieron los días. Y los años.
Y vino la Muerte y pasó su esponja por toda la extensión de la fraga y desaparecieron estos seres y las historias de estos seres.
Pero detrás todo retoñaba y revivía, y se erguían otros árboles y se encorvaban otros hombres, y en las cuevas bullían camadas recientes y la trama del tapiz no se aflojó nunca.
Y allí están con sus luchas y sus amores, con sus tristezas y sus alegrías, que cada cual cree inéditas y como creadas para él, pero que son siempre las mismas, porque la vida nació de un solo grito del Señor y cada vez que se repite no es una nueva Voz la que la ordena, sino el eco que va y vuelve desde el infinito al infinito".

EL BOSQUE ANIMADO. Wenceslao Fernández Flórez.

domingo, 3 de diciembre de 2017

LA BELLA EDAD DE ORO DE LA INTELIGENCIA. UN PARAÍSO PERDIDO.







El Chico. Charles Chaplin.



GUERNICA de Picasso.

Todavía podemos deslumbrar, ahí, a pocos espacios de la Historia, la Bella Edad de Oro de la Inteligencia. Un Paraíso Perdido, habitado por personajes fabulosos, verdaderos dioses en el Olimpo de la belleza. Son artistas cuyas ideas influyen en su país, en su época, en el mundo entero, tanto como la decisión de un monarca, que con su poema consagran la gloria de un Rey o lo clavan en lo grotesco de la historia. Su obra cuenta más que una batalla, y con su amistad se honran los nobles, los ricos, los poderosos, como con la de un ser superior.
Y su público no es ya el minúsculo, selecto, y tantas veces adocenados de una Corte más o menos provinciana. No es ya el Renacimiento. Son los primeros inmensos públicos de la calle, los que lo elevan sobre su pedestal. Porque esa Edad dorada es la de la independencia del artista, que coincide -no por azar- con uno de los más altos momentos de entusiasmo por la libertad y dignidad del hombre. Exactamente por esa coincidencia, el artista, el intelectual, cobra su máxima jerarquía por su propia obra, y por ella tiene poder social, político, representativo.
Victor Hugo fue el máximo arquetipo de estos seres fabulosos y la cumbre de este poder de la inteligencia. Su vida fue o es inconcebible, como la del más alto conductor del espíritu de Francia. Lo mismo cuando a su recepción en la Academia asiste la familia real en pleno, que cuando lucha contra Napoleón el Pequeño, desde su largo destierro de Guernesey, que cuando torna triunfante al París vencido, que en apoteosis postrera de sus funerales dignos de un emperador. Y, lejos o cerca de estas realidades, lo fueron: Goethe, Wagner, Bethoven, Litz, Wyron, Walter Scott, Chateaubriand, Lamartine, Tolstoi, Balzac, Zola... Después vino el inconfundible Picasso, Russell, Sartre, Ortega y Gasset y Charles Chaplin, aquel genio de la pantalla, cuya obra conmovió a los países más poderosos de la tierra, lo mismo que un René Clair.
Todos ellos fueron o son una especie de seres mitológicos, que estamos viendo extinguir. Aún quedan algunos, muy pocos, por un milagro de supervivencia o de resurrección.
César R. Docampo.

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